Cada vez que el Madrid se asoma
por Riazor, a todo aficionado, socio o simpatizante blanquiazul se le activa
ese reflejo digno del mejor Pavlov, que
es morder a todo aquello que tenga por color exclusivo el blanco. El caso era
hoy morder más por necesidad que por vicio a un rival que venía con la mente
puesta en otras metas y objetivos más que en lo que hoy se traía entre manos.
Un Madrid blandito, poquita cosa, jugando al tran-tran, con parsimonia, dejando
que el tiempo resolviera sus problemas, en claro modo Rajoy-ON.
El blanco Satán, más que satén, tenía
enfrente a un Depor de estreno en la grada y en el área técnica, con nuevo
speaker (Naya, NUNCA te olvidaremos), que por sus modos y formas me da que es el
becario tuitero en ese nuevo tipo de empleo que es el pluriempleo concursal; y
a un Fernando Vázquez en el banquillo sobre el que todas la miradas se posaban en una mezcla que va desde la
sospecha, pasando por el escepticismo y terminando por la fe ciega hacia el
nuevo converso. Un Depor que salió enchufado desde el primer minuto sin
aparentemente caer en la trampa saducea de jugarle al Madrí un partido de tú a
tú o retándole físicamente, recetas más que válidas para un suicidio
futbolístico. Con un Silvio que se estrella contra Aranzubía y que tiene que
ser sustituido por Álex Bergantiños (se rumorea que lo próximo que tenga que hacer
el rubio es ser speaker), con un Riki enorme que pone a la grada patas abajo
con un golazo digno de noche de Champions, pero que junto con el resto del
equipo intenta matar el partido fallando lo indecible, como quien intenta matar
un elefante con las tijeras del pescado, cuando todos sabemos (y si no se lo
preguntamos a JuanCar), que hace falta un rifle de buen calibre para tal
menester.
Se fue el toro blanco vivo al
corral del descanso, con los morlacos titulares en el banquillo y el Ganadero
Portugués pergeñando ganar el envite mediante un cambio tipo NBA (de tres en
tres), y sacando al campo a Khedira, al Innombrable y a ese gran aportador de
visión de juego que es Özil ( O_O ). Es entonces cuando el Depor echa mano de
la nostalgia resucitando los autobuses del Castromil línea Castrofeito-Santiago-Coruña,
echándose atrás a defender un resultado exiguo y regalándole la pelota a un
Madrid que por momentos abandonaba su pereza para, primero un resucitado Kaká
por enésima vez, y por último, un ineficaz e inexistente Higuaín, tiraran por la
borda un partido que el Depor debió haber ganado sí o sí, con un Depor que
entre medias de ambos goles intentaba vencer a la adversidad a pesar de la
disfunción eréctil que afecta a los asistentes en Riazor con la dichosa
bandera, que sube y baja en el momento más inoportuno, y sumado al hecho de que
cada vez más gente contribuye a que Nelson Oliveira se esfuerce más a costa de
aumentar la popularidad de su progenitora, como la del árbitro Álvarez
Izquierdo, que consiguió con su estulticia, indiferencia e ineficacia, desquiciar a los ausentes y presentes en
Riazor.
Y para sonoro colofón, una grada
que en los compases finales sacó nuevo grito de guerra, un “sí se puede”, que
esperemos que sea más una realidad que el deseo de una afición no sólo falta del
cariño en forma de triunfo de los que hoy deambulan por el campo, sino también
falta de un futuro a secas. Veremos cuál será ese futuro.
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