sábado, 2 de marzo de 2013

La Memoria del Bukanero


A Andrés Ríos, con mi Infinita Gratitud.

Para los que llevamos un montón de años (nunca demasiados) haciendo profesión de fe en Riazor, no deja de sorprendernos, o al menos nos hace esbozar una sonrisa el ver, sino a toda, a una parte de las aficiones de Depor y Rayo hermanadas, Riazor Blues y Bukaneros (Butaneros, como decía un señor mayor en mi grada). Más que nada, porque dentro de poco se cumplen 30 años de un ascenso frustrado a manos de un equipo primado hasta las cejas, con un portero vieja gloria del Barça emulando a Ramallets y un autobús en el área franjirroja que sería la envidia del fundador del Castromil. Me apuesto los capilares de ambos glúteos a que en la memoria de ninguno de los Bukaneros presentes o ausentes hoy en Riazor está presente dicho recuerdo, pues nadie se lo contó.

Con unas calles vacías salvo los aledaños de Riazor, porque todo el país estaba pegado al televisor viendo a José Tomás torear diez toros blancos en Las Ventas, me fui acercando al Santuario, mientras recordaba que aquél traumático día también estaba nublado como hoy, y también hacía fresco, un fresco típico de mayo como despidiéndose de un largo y tedioso invierno, y a la espera de un Veranillo Cheyenne como es el coruñés. Con un Depor de cumple y unos ojos y unas almas llenas de fe, esperanza y ninguna caridad hacia el rival en busca de tres puntos vitales. Pero hoy no era el día, tampoco hoy, y la prueba saltaba a poco de empezar con un Riki al que se le vuelven a aparecer sus fantasmas musculares después de dos años de excedencia voluntaria. Un Depor al que se le repetían las sensaciones de hace 30 años, con un quiero y no puedo, una ansiedad que hacía que Pizzi en punta esperara el balón como quien espera a Godot. Un Depor con menos marcas buenas que el Mercadona, a merced de un Rayo que hacía daño cuando quería, jugando al tran-tran también con una marca, pero ésta de  electrodomésticos cutres pegada al culo de la camiseta.

Se terminaba la primera parte como comenzaba la segunda, abonados a un tedio con los Bukaneros haciendo de hilo musical en la oreja derecha, del que casi nos despierta con uno de sus habituales semifallos Rubén Cano, digo, Salomâo, emulando a aquél hispanoargentino del atleti que con uno de aquellos churros nos metió (no de cabeza precisamente) en el Mundial de 1978. Un cabezazo de Abel Aguilar parecía que iba a sacar al Depor de la caverna en la que se estaba metiendo, porque rugidos de oso se oían salir hacia afuera, pero eran de un iPod nano que alguien tenía en la grada.

Todos esperaban que FV se quitara el turbante, dejara la flauta y diera vacaciones a la serpiente encantada, pero lo más que pudo hacer es sacar al campo a un Juan Domínguez, que por momentos parecía mirar al dobladillo de la camiseta en busca de la chuleta en la que llevara puesto cómo ponerle ganas y jugar (bien) al fútbol. Mientras tanto, la grada se iba sumiendo en un aterrador silencio en el que muchos parecían agarrar y palpar su asiento en busca del botón de RESET con el que hacer de esta temporada un mal recuerdo y reiniciarla desde cero. Vano intento. Como el último cartucho de sacar a quince minutos del final a un Nelson Oliveira, al que verle sentado con gestos de agotamiento en Abegondo, no se sabe si es digno de lástima o de protagonizar el próximo sketch de José Mota. Y como sonoro colofón, un Marchena que se borra con una expulsión tan estúpida y absurda como ver a un Chino reírse de las anillas de calamar y/o el pescado congelado.

Y al final, el silencio. El silencio de una grada que ya no entona ningún cántico, sino un silencio sepulcral que no se sabe si es depresivo o expectante. Quién sabe: a lo mejor Pizzi no es el único que ahora espera a Godot…

domingo, 24 de febrero de 2013

Las tijeras del pescado


Cada vez que el Madrid se asoma por Riazor, a todo aficionado, socio o simpatizante blanquiazul se le activa ese reflejo digno del mejor Pavlov,  que es morder a todo aquello que tenga por color exclusivo el blanco. El caso era hoy morder más por necesidad que por vicio a un rival que venía con la mente puesta en otras metas y objetivos más que en lo que hoy se traía entre manos. Un Madrid blandito, poquita cosa, jugando al tran-tran, con parsimonia, dejando que el tiempo resolviera sus problemas, en claro modo Rajoy-ON.

El blanco Satán, más que satén, tenía enfrente a un Depor de estreno en la grada y en el área técnica, con nuevo speaker (Naya, NUNCA te olvidaremos), que por sus modos y formas me da que es el becario tuitero en ese nuevo tipo de empleo que es el pluriempleo concursal; y a un Fernando Vázquez en el banquillo sobre el que todas la  miradas se posaban en una mezcla que va desde la sospecha, pasando por el escepticismo y terminando por la fe ciega hacia el nuevo converso. Un Depor que salió enchufado desde el primer minuto sin aparentemente caer en la trampa saducea de jugarle al Madrí un partido de tú a tú o retándole físicamente, recetas más que válidas para un suicidio futbolístico. Con un Silvio que se estrella contra Aranzubía y que tiene que ser sustituido por Álex Bergantiños (se rumorea que lo próximo que tenga que hacer el rubio es ser speaker), con un Riki enorme que pone a la grada patas abajo con un golazo digno de noche de Champions, pero que junto con el resto del equipo intenta matar el partido fallando lo indecible, como quien intenta matar un elefante con las tijeras del pescado, cuando todos sabemos (y si no se lo preguntamos a JuanCar), que hace falta un rifle de buen calibre para tal menester.

Se fue el toro blanco vivo al corral del descanso, con los morlacos titulares en el banquillo y el Ganadero Portugués pergeñando ganar el envite mediante un cambio tipo NBA (de tres en tres), y sacando al campo a Khedira, al Innombrable y a ese gran aportador de visión de juego que es Özil ( O_O ). Es entonces cuando el Depor echa mano de la nostalgia resucitando los autobuses del Castromil línea Castrofeito-Santiago-Coruña, echándose atrás a defender un resultado exiguo y regalándole la pelota a un Madrid que por momentos abandonaba su pereza para, primero un resucitado Kaká por enésima vez, y por último, un ineficaz e inexistente Higuaín, tiraran por la borda un partido que el Depor debió haber ganado sí o sí, con un Depor que entre medias de ambos goles intentaba vencer a la adversidad a pesar de la disfunción eréctil que afecta a los asistentes en Riazor con la dichosa bandera, que sube y baja en el momento más inoportuno, y sumado al hecho de que cada vez más gente contribuye a que Nelson Oliveira se esfuerce más a costa de aumentar la popularidad de su progenitora, como la del árbitro Álvarez Izquierdo, que consiguió con su estulticia, indiferencia e ineficacia,  desquiciar a los ausentes y presentes en Riazor.

Y para sonoro colofón, una grada que en los compases finales sacó nuevo grito de guerra, un “sí se puede”, que esperemos que sea más una realidad que el deseo de una afición no sólo falta del cariño en forma de triunfo de los que hoy deambulan por el campo, sino también falta de un futuro a secas. Veremos cuál será ese futuro.

 

martes, 19 de febrero de 2013

La ceniza en la frente


A Susana García, quien cree por encima de todo y de todos.

Uno es consciente de que la fiesta del miércoles de ceniza es ya una anécdota más del calendario de este infame 2013. De este año en el que más de uno, nada más comenzar, te deseaba feliz 2014, a la vista de que nacía muerto.

Sin embargo, no consigo quitarme de la cabeza una expresión que escuché el otro día a un iracundo Fernando Rey en “Tristana”, de Luis Buñuel, cuando le dice a su sobrina que “a mí nadie me pone la ceniza en la frente”. Menuda frase. Se puede entender desde muchos puntos de vista, pero el que más me atrae es el de aquél o aquellos que no han bajado la cerviz, o el testuz, según se tercie, ni ante la adversidad, ni ante los demás, o ambos a la vez. Y eso es lo que me preocupa, que ante lo que nos rodea, bajemos la frente y permitamos que algo o alguien nos tizne la frente de la ceniza que implique nuestro final. El final de una aventura que comenzó hace casi 25 años de la mano de una persona rebosante de entusiasmo, pero carente de medios, hasta hacer crecer un proyecto rozando el infinito, cuando un balonazo desde un punto de yeso y un grupo de foráneos que gritaban “guóool” nos bajó del cielo iniciando una cuesta debajo a la que se le ve un final sombrío, desasosegante y hasta macabro en manos de aquellos que más hicieron porque nunca la nave llegara a buen puerto.

Hoy, parapetado entre la maravillosa y excepcional Chusma Blanquiazul, contemplo ese posible final con una mezcla de espanto y resignación a la vez, con la misma sensación que contemplé entre bambalinas y en el salón de actos de aquél colegio, aquella refundación en manos de un grupo de gente liderado por alguien a quien los acontecimientos y el tiempo pasado parecen haber superado. Y no es plato de gusto ver cómo todo puede irse al garete.

Pero hay que seguir luchando. Luchando hasta el final, como aquél Indalecio Prieto, que a pesar de no creer en la victoria de la República en una atroz guerra [in]civil hizo lo que pudo (y más) para ganarla. Hoy más que nunca, el concepto de fe (creer en lo que no se ve, en todo lo visible y lo invisible) está a la orden del día, y así debe ser para que, cuando la hoja del calendario marque el vigésimo quinto aniversario del inicio de esta epopeya, no finalice con la vuelta de nuestra ficha a la casilla de salida.

Ojalá que todo esto sea un mal sueño, una atroz pesadilla de la que despertemos, tarde o temprano, con el profundo alivio de quien se ha caído al hoyo, pero al final ha frenado la caída contra el duro suelo del fondo. Que no nos pongan la ceniza en la frente. Amén.